Recuerdos prestados, fotografías y el abandono de lo inútil

 ¿Son tangibles los recuerdos? ¿Se pueden prestar? ¿Robar, acaso? 

¿Tienen dueñx los recuerdos? ¿Son de quién los vivió? ¿Son también de quién los escuchó?

La banda mexicana Café Tacvba canta:

Deja que te tome
Ese recuerdo prestado
Deja que lo cuente yo como si ya fuera mío
Deja que lo diga yo
Casi casi lo he vivido
Deja que te tome ese recuerdo prestado
Pues no tengo recuerdos
Pues no tengo memoria
De eso que tú has vivido

Es una sensación conocida la de ver una foto de un momento que no vivimos y recordar el relato que lo acompaña, e incluso tener imágenes y videos adentro de nuestra cabeza. Recreamos los recuerdos que nos cuentan y nos los apropiamos, de modo que cuesta diferenciar si esas memorias son realmente nuestras o no. Y es que imaginar y recordar utilizan los mismos mecanismos dentro de nuestro cerebro. Entonces podemos tomar recuerdos prestados y regalar los nuestros, a veces de modo involuntario, a otros seres.

Esa es una de las premisas de “Fin”: la transferencia de memorias. Recuerdo a mi abuela de niña leyendo poesía subida a un árbol en su pueblo natal. Recuerdo la cachetada que le dieron cuando en el parto de mi mamá, mi abuela no dejaba de gritar luego de haber tenido una bebé ya que venía una segunda que los médicos ignoraban. Recuerdo a mi abuelo agarrándole el dedo con el que lo apuntaba el día que hablaron por primera vez. Recuerdo a mi bisabuela diciéndole a mi abuelo con su tonada yddish, que ella también quería jugo de pomelo, aunque él ni planeaba hacerlo.

Estos recuerdos prestados que hoy viven en mí, tendrán más vida que los seres que los vivieron. Y eso se repite en la mayoría de los vínculos interpersonales. Las memorias tienen su propia vida, como los virus, encontraron la forma de poder pasar de un cuerpo a otro con el único objetivo de prolongar su existencia.

La protagonista de “Fin”, a la cual nombro Anciana-pájaro, está apurada porque se le acaba el tiempo y necesita sacar sus recuerdos de su cuerpo. Algunos recuerdos son dulces y desea que la sobrevivan, quiere ser recordada por ellos. Y hay otros que mejor olvidar. A medida que ella recuerda (la etimología de recordar es “volver a pasar por el corazón”) revive las historias que la componen, y luego las puede sacar de su cuerpo.

En “Fin”, entonces, los recuerdos son tangibles.

 


Fotografías

La poesía del guion se encuentra con las preguntas del montaje: ¿Cómo representar algo tan intangible como la memoria? La respuesta elegida fue la fotografía, símbolo por excelencia de los recuerdos, del tiempo pasado que se atesora o -a veces- se busca destruir. Escribí al respecto:

El montaje de “Fin.” propone el diálogo entre dos lenguajes aparentemente distintos: la fotografía y el teatro de sombras. Cada una de estas artes tiene una relación diferente con un mismo interlocutor; ya sea capturándola en el caso de la fotografía o interceptándola como lo hace el teatro de sombras, es la luz su “materia”. Esto a su vez, genera un diálogo distinto con el tiempo: mientras la fotografía se propone conservar los recuerdos de los seres y los objetos que alguna vez reflejaron la luz frente a un lente, refiriendo inequívocamente al pasado, el teatro de sombras transcurre en el presente del espectador, pero evoca tiempos difusos que escapan del orden cronológico.

 


Del dicho al hecho, o cómo desconfiar de lo fácil

Originalmente los recuerdos serían proyecciones de fotomontajes que ordenados en forma secuencial contarían una historia, y de algún modo, una foto se volvería una silueta y podría tomarse y transportarse. Listo, había una solución sencilla y eficiente para esto.

Cuando algo es demasiado fácil, y precisa de una justificación categórica interna, hay que desconfiarle. Ya lo aprendí dolorosamente en otros procesos creativos. Forzar soluciones solo genera parches que con el correr del tiempo empiezan a descoserse, y no hay forma de repararlos sin que queden marcas.

Con “Fin”, por fortuna, no puedo justificar las decisiones arbitrarias y esconder las preguntas bajo la alfombra, porque siempre aparece Alexandre para hacer las preguntas incómodas y decir su opinión.

El sábado pasado, en una reunión que se extendió por tres horas, donde cambiamos radicalmente de parecer en algunas cosas (incluso el orden de unas escenas), hablamos sobre los recuerdos.

Sin ninguna piedad disparó: -Lo interesante es el rol de la sombrista, reducirlo a solo pasar fotografías es aburrido.

Grrrr, tiene razón.

Intervenir las fotos, animarlas en vivo, encontrar las formas, soltar las ideas atesoradas bajo cinco llaves.

Adiós a mis fotomontajes soñados. Adiós al proyector de diapositivas antiguo, con su ruidito hermoso entre diapo y diapo, con la belleza de la calidad del soporte, con mi encandilamiento hacia los objetos obsoletos. Soltar los caprichos, soltar todo lo que no diga lo que queremos decir. Abrazar la premisa y la búsqueda de una obra dinámica.

Al terminar la reunión dije: me rompí el corazón, pero me gustaron los pedazos que quedaron.



Sonia.
Mediodía devenido en tarde en Oberá, Misiones, Argentina
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(Fotos tomadas de internet)

Comentarios

  1. Una vez escribí en un artículo unas reflexiones ideológicas y artísticas que hablan de un método de creación y un tratado sobre mi proceso de dirección de sombras dentro de la Cia Teatro Lumbra, que dice: “Solo importa lo que es de la sombra, de este género de arte. Cuanto más conscientes sean las manifestaciones de la luz en el espacio oscuro, más potenciadas serán las sombras y lo que emerge de ellas. Así, el artista de sombras del Teatro Lumbra protagoniza la acción en el espacio y el tiempo, provocando el interés de los sentidos del espectador. Todo lo demás, antes o después, dentro o fuera, estará en estado de suspensión, distanciado, separado, escondido, silenciado, dispuesto a servir y provocar los sentidos del espectador.”

    Revista Móin-Móin N° 09 - Revista de Estudios sobre Teatro de Formas Animadas, Florianópolis, v. 1, no. 09 - 2012

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